¿Por qué ni a Papá Noel ni a los Reyes Magos les gusta regalar mascotas?
¿Nunca te contaron por qué en Navidad no se regalan mascotas? Pues si sigues leyendo conocerás la historia de Christ y Mas. Es una historia triste con final feliz, (sin ánimo de hacer “spoiler”).
Crist y Mas corrían sobre el césped intentando cazar los copos de nieve que caían sin cesar y empezaban a cubrir las mustias hojas que el frio invierno había ido marchitando poco a poco…
La caída de las hojas atestiguaba lo que el calendario decía. El otoño había empezado y la naturaleza se preparaba para pasar el invierno. Los árboles perdían poco a poco su manto de hojas ahora de colores ocres, amarillos y rojos. El viento las trasladaba de un lado a otro del jardín haciendo pequeños montones aquí y allá donde había un rincón o donde la casa ofrecía resguardo. Las chorreras y canalones también estaban llenas de ellas lo que obligaría a subir y retirarlas. El atardecer difuminaba los colores blancos y rojos de la casa en una gama de grises que de forma extraña resaltaban la luz que salía por las ventanas de algunas estancias. Una de ellas daba a una pequeña sala donde dos niños sentados en el suelo no perdían detalle de una peli de Disney llena de manchas negras.
Aun no había salido el “The End” en la pantalla cuando los niños tiraban de la ropa de su papa que preparaba la comida en la cocina.
– ¡Queremos dos perritos, queremos dos perritos! -No dejaban de gritar saltando y tironeando.
– ¡Bueno! Ya veremos.-Decía el padre intentando dar largas a ver si se les pasaba.
– ¡Queremos dos perritos, queremos dos perritos!- Insistían.
El padre, agobiado pues llevaban una semana igual solo se le ocurrió para salir del paso decirles: ¡Vale! Si mamá dice que sí, pediremos uno a Papa Noel y otro a los Reyes Magos.
Mamá llegaba cansada del trabajo. No, no había sido un buen día y esperaba llegar a casa para ver a sus pequeños y poder relajarse. Mientras atravesaba el camino hasta la puerta solo veía las hojas que tendría que recoger al día siguiente y la desidia de convencer a su marido para que subiese hasta los canalones a limpiar las que habían caído durante toda la semana. Abrió la puerta del coche como si pesase mil kilos y deseaba arrastrarse hasta su hogar.
No había terminado de empujar la puerta cuando escuchaba a sus hijos correr por el pasillo gritando.
-¡Queremos dos perritos!¡ Papá ha dicho que sí!¡Queremos dos perritos!¡Papá ha dicho que sí!- Repetían sin cesar.
Aturdida por el cansancio y los gritos, levanto un poco la voz para hacerse escuchar. -¡Vale! ¡Vale! Si papá ha dicho que sí…-No había terminado de decirlo y ya se estaba arrepintiendo. Pero ya no había marcha atrás, no podía desilusionar a sus hijos.
Los niños ya habían escrito las cartas, una para los Reyes Magos y otra para Papa Noel antes de irse a dormir.
Pasaban los días uno tras otro y a los niños parecía que no se les olvidaba los cachorros pese a las plegarias de sus padres. Se lo contaban a sus amigos, a sus primos, a sus abuelos, a todo el mundo… parecían tan ilusionados.
A través de la ventana se veían parpadear las luces del árbol mientras el alba iniciaba su recorrido.
-¡Es Navidad!¡Es Navidad!- Gritaban los niños mientras bajaban las escaleras buscando a ver si Papa Noel les había traído el cachorrito que tanto deseaban. Daban vueltas y vueltas alrededor del árbol, del sofá y los sillones pero no estaba lo que ansiaban. Se sentaron en el suelo enfadados y protestando.
-¡Guau!¡Guau!- se escuchó de pronto desde la cocina. Corrieron desesperados y vieron el cubo de la basura volcado y a un cachorrito con la cabeza metida en él. Christ había llegado.
No hubo nada más a lo largo de ese día ni en la siguiente semana, ni juguetes, ni tele, ni nada. Comían, jugaban y dormían con él. A veces también se peleaban y sus padres siempre les recordaban que los Reyes Magos posiblemente les trajesen otro.
Pasó la primera y la segunda semana y la noche del día cinco se fueron temprano a la cama aunque les costó dormir, esperaban un hermanito para Christ.
Carreras de un lado a otro, gruñidos y ladridos. Ese fue el despertador del día de Reyes. Había llegado Mas.
A sus padres les encantaba ver como sus hijos jugaban con Christ y Mas. Les ponían de comer, los sacaban al jardín, dormían con ellos. Era tanta la ilusión que limpiar su pipis y sus cacas no les suponía un inconveniente.
Pasó otra semana y los niños volvieron al cole. Los perritos jugaban y corrían por toda la casa. Papá los oía desde su despacho y más de una vez tuvo que rescatar a alguno del cubo de la basura. Sin los niños se aburrían y jugaban entre ellos y también con lo que tenían a su alrededor. Los niños deseaban llegar a casa para jugar con sus cachorros. Y sus padres lo agradecían porque durante ese rato no tenían que estar pendientes de ellos.
Pasaron un par de semanas y los niños dejaron poco a poco de hacerles caso. Christ y Mas se sentían solos y les daba ansiedad, jugaban, corrían, mordían y hacían pipi y caca por todos sitios sólo para que les hiciesen caso.
De los gritos de alegría se fue pasando poco a poco a los de enfado: cuidar de los hijos, el trabajo, además los cachorros. Tener que sacarlos, darles de comer, llevarlos al veterinario y limpiar por doquier no era lo que tenían pensado. Los niños volvieron a sus juguetes y sus amigos. Christ y Mas como mucho conseguían una carrera por el pasillo.
Los padres, agobiados y viendo que sus hijos ya no les hacían ningún caso, encontraron la peor de las salidas… Una mañana de domingo temprano, antes de que los niños estuviesen despiertos, papa subió los cachorros al coche y los llevo lejos, a las afueras del pueblo y en el área de descanso de la autovía los abandonó esperando que quizá allí encontraran donde comer y beber.
Christ y Mas corrieron por el espacio emocionados por lo nuevo pero, al pasar el tiempo, el hambre y la sed les puso tristes. Encontraron una papelera donde se olía a sobras pero era demasiado alta para alcanzar. Recorrieron todo el area y buscaban y buscaban sin parar. Se acercaban a la gente; unos les hacían caricias y otros los asustaban enfadados. A veces conseguían algo de comida y otras una patada. Encontraron un hueco en una esquina de la gasolinera donde, si el empleado no los descubría, podían pasar la noche resguardados y acurrucados el uno con el otro.
Pasaban los días y aprendían sus nuevas rutinas: beber en el charco de la manguera, hacer carantoñas a la gente para conseguir algo de comida aunque se arriesgasen a una patada y acurrucarse en su esquina si el empleado no les sorprendía allí. Poco a poco aprendieron a gruñir cuando no les gustaba quien se acercaba o para competir por la comida con algún intruso. A penas se acordaban del calor del hogar y de aquellos niños que les mimaban y con los que jugaban. Su vida, ahora era dura y estaba llena de penalidades.
Un día, pasaba por allí un paje de los Reyes Magos que iba a ver a su familia en vacaciones y paró para tomar un café ya que llevaba mucho tiempo conduciendo.
Al salir de la cafetería un par de cachorros, ya creciditos, se le acercaron meneando el rabo y haciéndole carantoñas. Al principio no reconoció a Más, pero si fue reconocido por él. El cachorro saltó y giró como loco a su alrededor llorando hasta que el paje se dio cuenta de quién era. Dos grandes lágrimas cayeron por sus mejillas. Al momento llamó a los Reyes Magos para contarles lo acontecido. Y estos últimos llamaron a Papa Noel porque sabían que el otro cachorro era Christ. (Papa Noel y los Reyes Magos están siempre en contacto para no repetir regalos.)
Se enfadaron un poco y entre los cuatro acordaron no volver a regalar mascotas porque son seres vivos y tener una es un acto de responsabilidad.
A esos dos niños y a sus papas les dieron carbón las siguientes Navidades, y las siguientes, y las siguientes, hasta asegurarse que lo habían comprendido bien y que no volverían a hacer algo parecido.
Aquel paje recogió los cachorros y los llevó a vivir con su madre que vivía sola desde hace un tiempo en su casa con jardín, con hojas y con nieve. Su madre fue feliz con ellos y ellos lo fueron con su madre.
Corrían por todo el jardín intentando cazar los copos de nieve que caían…
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